Es una tarde tranquila en un campo y dos paisanos conversan con nosotros, que estamos de paso. En realidad el que conversa y conversa, el que habla sin parar, es uno solo. El otro paisano se limita a una interjección: cada tanto responde al discurso interminable de su compañero con un simple y tranquilo “ahá”. Y nada más. El que trata de interesarnos es el que habla y sin embargo el que poco a poco despierta nuestro interés, el que logra un aura de misterio, es el otro. Un paisano silencioso del que sólo después, otros, nos revelan la identidad, que bien justificaba ese misterio: un jinete único, un hombre admirado. Y descubrimos que hay algo en esa actitud, en esa inteligencia discreta y un poquito irónica, que nos resulta particularmente argentino: la marca de un estilo, de una sabiduría que nos es propia, en la que nos sentimos expresados. Pero, ¿a dónde va todo esto? A explicar lo que nos proponemos: queremos dar a ver esa gran tradición de la que venimos, con su estilo y su saber propios. Aunque ella no es para nosotros en realidad sólo un tema, sino también y sobre todo una forma concreta y única de ver el mundo, en la que afianzarnos para abordar las cuestiones de nuestro tiempo.